viernes, 15 de abril de 2011

Sociedad de información, de control y disciplina: la proximidad de la destrucción

Cabría brevemente mencionar a "Deleze"("Estamos adminstrando la agonía de las instituciones) , "Foucault" (¿hace falta comentar?) , "Augè"(http://textosenlinea.blogspot.com/2008/05/marc-aug-no-lugares-y-espacio-pblico.html como una referencia sencilla), pero ya nos tildarían de pasados de moda. La ciudad de Buenos Aires presenta un nuevo escenario, que se viene perfilando desde hace unos años, décadas, que nos muestran el nuevo modelo, compartido con este occidente "internacionalizado" (o bautizado como "globalizado").

Las instituciones seleccionan en sus niveles o cuadros de "poder" intermedios a personas con formación algo incompleta, competentes para la obediencia, temerosas de la pérdida de espacio. Instruccionalmente adiestradas, intentan llevar a cabo lo que se les ha indicado pero, paradójicamente, se alejan de sus órdenes. Palabras más , palabras menos, queda para el lector la evaluación del fragmento "Santa Bernardita del Monte"del escritor uruguayo Leo Masliah. Las personas nombradas para no contradecir, para obedecer, para no molestar... terminarán destruyendo el sistema. Amén.

 

Para ahorrar energía eléctrica, las autoridades de Santa Bernardina del Monte dispusieron que a las cero horas del día veinticinco los relojes se atrasaran una hora, pasando a marcar las veintitrés horas del día veinticuatro. De este modo, la gente que tuviera que levantarse a la hora siete del día veinticinco no tendría que prender ninguna luz, ya que en realidad serían las ocho y el sol estaría ya en plena actividad.

Cuando llegó el momento -las cero horas del día veinticinco- la gente de Santa Bernardina del Monte, obediente como era, atrasó sus relojes una hora. Fueron entonces, o volvieron a ser, las veintitrés horas del día veinticuatro. Una hora después, los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco. La gente de Santa Bernardina del Monte, obediente como era, atrasó sus relojes una hora. Volvieron a ser entonces las veintitrés horas del día veinticuatro. Una hora después, los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco.

- ¿Qué hago, mamá? - preguntó un joven-, ¿atraso el reloj?
- Por supuesto, hijo: debemos ser respetuosos de las disposiciones de la autoridad- contestó la madre.

Todos los habitantes de Santa Bernardita del Monte obraron en consecuencia con ese precepto. Pero una hora después los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco. Nuevamente, los pacíficos habitantes de Santa Bernardita del Monte atrasaron sus relojes una hora. Se pusieron entonces a esperar el transcurso de los sesenta minutos que faltaban para volver a atrasar los relojes. Pero algunos tenían sueño y se fueron a dormir, no sin antes dejar turnos establecidos de tal modo que siempre hubiera alguien despierto a la hora de atrasar el reloj.

A la mañana siguiente seguían siendo las veintitrés horas del día veinticuatro. Una hora después eran las cero horas del día veinticinco, e inmediatamente después volvían a ser las veintitrés del día veinticuatro. Faltaban nueve horas para que abrieran las oficinas y los comercios. Una hora después faltaban ocho, pero en menos tiempo del que tardaba un gallo en cantar -y efectivamente había muchos gallos haciéndolo- volvían a faltar nueve.

Los habitantes de Santa Bernardina del Monte, de mantenerse este estado de cosas, habrían muerto de inanición. Sin embargo muy otra fue la causa de su muerte.

...  De, La Tortuga y otros cuentos", allí encontraremos el final... desde el afuera se los imagina insurrectos. 

De la información, otro cantar que necesita pruebas. Prometo buscarlas. Por ahora, en busca de opiniones.



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